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Las letras que nos tejen la memoria

Las letras que nos tejen la memoria

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¿Cómo funciona un cerebro que se esfuerza por escribir a mano en un mundo dominado por los teclados y las pantallas? Una revisión de todo lo que perdemos al dejar de lado el papel y el lápiz.

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Los arquitectos conocen muy bien el valor del pensamiento producido a mano. Se precian de saberlo. Cuentan que Germán Samper y Rogelio Salmona, dos de los más grandes arquitectos colombianos, salían para un congreso en Bérgamo, Italia, cuando eran jóvenes y trabajaban para Le Corbusier. Antes de partir el gran arquitecto suizo les dijo: “No lleven cámara, dibujen”. 

Escuché esta anécdota con valor de fábula en una clase de historia de la arquitectura hace años. No es que no haya que pensar para tomar una buena foto, decían los profesores. Es que para estudiar un espacio habría que interiorizarlo, plasmar lo que nos ha llamado la atención. Dibujarlo a mano, decían, era el camino para lograrlo, y de ahí que la dificultad para desarrollar la destreza capaz de seguir al pensamiento valiera la pena.

Si no hubiera escuchado esta historia, tal vez habría renunciado por completo a escribir a mano, práctica en la que he insistido por años en la agenda, un diario, cuadernos de estudio y para escribir parte de mis artículos y poemas. Como muchos, así que fue que aprendí a escribir. Durante mi infancia y juventud las tareas, los resúmenes y ensayos de español, la resolución de problemas matemáticos, las notas de clase y también las cartas de amor, los poemas copiados de libros en la biblioteca y el infaltable desahogo de las desdichas iban todos en tinta hilada a mano sobre papel. 

Sin embargo, con todos los aparatos que trajo la revolución digital, el teclado se ha quedado con la mayoría de mi escritura, como con la de casi todos los que hoy tenemos trabajos de oficina. Y creo que valdría la pena preguntarnos si perdemos algo al dejar de lado el papel y el lápiz.

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Los niños que aprenden a escribir a mano desarrollan una mayor y mejor habilidad para leer y reconocer caracteres que han estudiado y escrito ellos mismos.

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Aprender no es lo mismo en las teclas, dice la ciencia

Escribir a mano es uno de esos actos que terminan tan interiorizados que su complejidad para el cuerpo y la mente pasa desapercibida. Tan es así que la investigación científica aún está elaborando el mapa cerebral de su funcionamiento, pues hasta hace relativamente poco había ceñido sus estudios hacia desórdenes de la escritura como la dislexia, la agrafia o la disgrafía, o procesos como la alfabetización y su relación con el desarrollo infantil del cerebro. En los últimos años, los estudios han arrojado resultados sorprendentes.

Un extenso artículo publicado por The Guardian en 2014 y un breve reporte de 2022 publicado por Frontiers sobre los beneficios de la escritura manual señalaban, por ejemplo, que los niños que aprenden a escribir a mano desarrollan una mayor y mejor habilidad para leer y reconocer caracteres que han estudiado y escrito ellos mismos, resultados corroborados con adultos expuestos a caracteres distintos al alfabeto que usan. Otro estudio realizado entre 300 estudiantes universitarios de Princeton, en Estados Unidos, mostró que los que optan por tomar notas a mano terminan por comprender mejor las materias frente a sus compañeros que optan por el computador. 

Estudios más recientes han mostrado que la letra manuscrita cursiva amplifica los efectos de durabilidad e interiorización en la memoria de los aprendizajes de clase o de vocabulario. Incluso se ha reportado que, si bien no hay diferencia en la comprensión inmediata y la retentiva de corto plazo sobre una materia estudiada con notas a mano o a computador, la diferencia es perceptible semanas después. Los recuerdos a mano son, al parecer, mejores, más duraderos.

Todo indica que escribir a mano exige un grado de dificultad “deseable” si nuestro fin es recordar mejor lo que estudiamos o aprendemos. Pero, ¿por qué?

Las letras que nos tejen la memoria - Jorge Francisco Mestre

Las conexiones que construye la escritura a mano 

No tenemos un área cerebral dedicada a la escritura. Así que para poder escribir debemos crear caminos entre una docena de zonas: algunas altamente especializadas en el desempeño lingüístico, como la corteza de los lóbulos frontal y parietal superior del lado izquierdo; otras dedicadas al procesamiento de información proveniente de los sentidos, como el tálamo, y otras más que se encargan del movimiento. Para trazar estas conexiones hacemos uso de la neuroplasticidad, la capacidad de nuestro cerebro para aprender y trazar estos nuevos caminos, la cual robustece la materia blanca que conecta los grupos neuronales y vuelve al cerebro más recursivo frente a su deterioro, es decir, más hábil para suplir los circuitos dañados por la edad o una enfermedad como la demencia que a veces llega con los años. 

Escribir a mano exige reproducir símbolos con líneas sobre una superficie, lo cual ofrece una experiencia sensible de tres dimensiones en la que se exige un control manual y una atención particular para producir dibujos o esquemas dispuestos sobre un espacio bidimensional. Tomando notas, escribiendo una carta o haciendo una lista de compras se pueden reforzar habilidades mentales de síntesis o planeación, así como robustecer la memoria de trabajo para desarrollar ideas largas a pesar de la limitación que impone la escritura manual en términos de agilidad. El tecleo, por su parte, simplifica el trabajo manual y permite hacerlo a dos manos, por lo cual se pueden conseguir transcripciones de conversación o pensamiento casi fieles en tiempo real. 

Tal vez por esto, si bien ambos usos son escritura, para nuestro cerebro son procesos distintos. Otros estudios han señalado que nuestras neuronas desarrollan circuitos propios para el tecleo, la escritura manual de letra imprenta y otros para la letra manuscrita cursiva. El artículo “What’s Lost as Handwriting Fades”, publicado en The New York Times, señalaba que, de hecho, gracias a estos circuitos especiales que construye el cerebro según la tarea que está haciendo, las personas que han desarrollado alexia –la pérdida de la capacidad de leer– con letra imprenta podrían aprender a leer en cursiva, y viceversa. 

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Todo indica que escribir a mano exige un grado de dificultad “deseable” si nuestro fin es recordar mejor lo que estudiamos o aprendemos.

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¿Vale la pena insistir en escribir a mano?

“A los niños hay que seguirles enseñando la escritura manual, así como seguimos insistiendo con que aprendan a colorear, recortar y pegar; es parte del paquete que desarrolla nuestra motricidad fina”, indica el doctor Leonardo Palacios, profesor emérito de neurología de la Universidad del Rosario y neurólogo adscrito a Colsanitas. “Con el beneficio añadido que tiene para potenciar la memoria y la adquisición de vocabulario.”

Al respecto, es muy diciente que distintos medios han citado y vuelto a citar la decisión del Ministerio de Educación francés que decidió reforzar la escritura a mano en los currículos de primaria y secundaria desde el año 2000, a la luz de los hallazgos neurocientíficos sobre el potenciamiento del aprendizaje que promueve. Sin embargo, el doctor Palacios, como muchos lo hacemos, está de acuerdo en que así como los teclados han simplificado y agilizado los trabajos de millones de personas hoy, volver a la letra manuscrita podría tener un sentido en algunos ámbitos. A la luz del conjunto de hallazgos aquí resumidos, pienso que para estudiar otro idioma, repasar un tema, tomar notas antes de hacer la compra e incluso para llevar un diario en el cual repasar pensamientos o experiencias, la letra manuscrita tiene mucho más sentido. 

La mano interioriza lo que traza. Solo quedaría averiguar qué tanto se pierde y se deteriora la habilidad y sus beneficios con el desuso. Palacios es optimista, y la ciencia lo respalda: “Eso está muy estudiado. Si una persona deja de hacer algo, aunque su habilidad se deteriora con los años sin práctica, su desempeño va a ser mucho mayor y lo va a recuperar más rápido si ha tenido entrenamiento previo. En neurología y psicología lo llamamos aprendizaje latente, la capacidad de nuestro cerebro para perder habilidad sin que desaparezca por completo”.

Este artículo hace parte de la edición 189 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.

Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Fanático de las historias contadas con calma, hondura y gracia. Escribe entrevistas, crónicas, ensayos y artículos de análisis para Bacánika y Bienestar Colsanitas. En 2022, publicó Música para aves artificiales, su primer poemario.