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Microbiota

El universo microscópico que llevamos dentro

Conocer el ecosistema de microbios que nos habita, puede mejorar procesos como la digestión y el funcionamiento del sistema nervioso.

A nivel celular, somos un bosque

Imaginar y dimensionar qué es la microbiota puede ser contraintuitivo. Así que comencemos por el principio: los trillones de microorganismos que nos habitan pesan aproximadamente lo mismo que una botella grande de Coca-Cola, tres Biblias de pasta dura, unos quince iPhones o unos quinientos lápices n°2. Y aunque se haya rebatido la idea de que tendríamos varias veces más bacterias y levaduras que células propias, se estima que esa multitud que nos toma por huéspedes en nuestra piel, fosas nasales o intestinos sobrepasa ampliamente el número de células que conforman nuestro cuerpo así sólo pese dos o tres kilos. 

Esas bacterias y levaduras son tan pequeñas que para ellas somos un universo, lugar en el que nuestras células conforman la geografía rocosa, continental u oceánica en la que esas miles de criaturas de varias especies pueden crear ecosistemas dependientes entre sí como bosques o arrecifes con características propias. 

Cuando pensamos en nosotros mismos rara vez visualizamos que además de individuos con una anatomía que nos caracteriza, somos los anfitriones de ese derroche de vida, los territorios donde pasan su existencia decenas de trillones de microorganismos que desde el día en que nacemos, nos colonizan. No cabe duda que algún día de un futuro no muy lejano, nuestros hijos o nietos pensarán con mayor frecuencia en sí mismos de esta forma más compleja, extraña y cautivante, a medida que seguimos descubriendo cómo es que esos trillones de minúsculos seres cumplen un rol decisivo en que vivamos sanos y nos sintamos bien. 

“Es algo que aún se está investigando, que aún estamos comprendiendo y que apenas se ha comenzado a divulgar”, explica la doctora Andrea Velásquez, médica internista y gastroenteróloga adscrita a Colsanitas. “Pero los resultados que ya se han obtenido son muy interesantes, verdaderamente asombrosos”, agrega Velásquez.

La sana convivencia

Durante los miles de años que hemos existido como especie nuestros organismos desarrollaron la capacidad de ofrecerles un lugar para vivir y proliferar a ciertas especies de microorganismos que se encontraban en nuestro entorno a cambio de distintos beneficios, relación de mutua conveniencia conocida como simbiosis. Y tal vez el lugar por excelencia para ver los efectos de esa convivencia virtuosa, sea el final del tracto digestivo humano, allí donde vive la famosa microbiota intestinal.

“Se ha identificado una relación directa entre la salud de la microbiota intestinal y los efectos en el sistema nervioso central, que tiene tantas conexiones allí que se ha optado por llamar a los intestinos el segundo cerebro”, comienza explicando Velásquez. La microbiota cumple un lugar clave en la síntesis directa o indirecta de neurotransmisores como la llamada hormona de la felicidad, la serotonina, pero también de la dopamina y el GABA, que tienen incidencia directa en el progreso y comportamiento de cuadros como la ansiedad, la depresión, el autismo o la esquizofrenia. 

Sin embargo, esto no es todo. Como aclara la doctora Velásquez, también se ha encontrado una relación entre microbiota intestinal sana y un menor progreso de enfermedad de Alzheimer (con incidencia al parecer suficiente para suponer mejorías y tratamientos que aborden este frente), por no mencionar que estas bacterias, además, desempeñan una función clave en la eliminación de toxinas, en el procesamiento de proteínas complejas, en particular de origen vegetal, y en asegurar una buena digestión, que obtenga todos los nutrientes que se pueden extraer de la comida y con menos indigestión, intolerancia o distensión. 

En otras palabras, una microbiota sana ofrece beneficios que llegan por supuesto a no sufrir de gases en cantidad y a no tener que abstenerse, por ejemplo, de comer fríjoles.

El mundo, la madre y nuestros intestinos

“La microbiota depende mucho del nacimiento”, me explica Guillermo Sánchez, médico internista, infectólogo y epidemiólogo con maestría en VIH de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, España. “Cuando la madre rompe fuente se da el primer contacto que un ser humano tiene con la que será su microbiota, heredada ampliamente de la microbiota vaginal y anal de la madre, que coloniza primero su piel y luego el tracto digestivo a través de la boca del bebé por nacer. Es la base de la que lo va a acompañar el resto de su vida y que hacia los tres años está prácticamente definida. Es un regalo que nos da nuestra madre”, agrega el especialista. 

Esas bacterias benéficas que entran a habitar en nuestros intestinos ―hasta entonces estériles― crean colonias interdependientes. Su presencia y los ácidos que producen crean un ambiente hostil para futuros gérmenes extraños, al impedirles reproducirse fácilmente, pero además los obligan a competir contra ellas por los nutrientes disponibles y sirven de barrera de contención al sistema inmunológico, que aprende a diferenciar las bacterias amigas de las no bienvenidas allí mismo, en especial durante la infancia. Este hallazgo estuvo al origen de lo que hoy se conoce como la Hipótesis de la Higiene, teoría según la cual el nacimiento y la crianza en ambientes demasiado estériles podría haber estado en una proliferación de numerosas enfermedades de diferentes tipos, surgida después de la Segunda Guerra Mundial por una incorrecta o incompleta educación del sistema inmunológico en su relación con el mundo y con el cuerpo mismo.

El motivo más frecuente de consulta que recibe el doctor Sánchez es precisamente por problemas relacionados con la microbiota, y que requieren un restablecimiento de la misma. Frente a esto, más de uno podría sorprenderse con la enorme verdad que había en la idea de que hay que jugar en la tierra para coger defensas cuando somos niños. “Hoy se sabe que es bueno para un niño crecer en un ambiente rural, jugar en el parque, interactuar con otros chicos y con animales, además de comer diversidad de alimentos, porque expone y complejiza la microbiota, mientras se entrena el sistema de defensas, que ya queda más o menos definido para el resto de su vida hacia los seis años”, explica el infectólogo.

La relación entre mundo, dieta y diversidad microbiana en nuestros cuerpos es tan amplia que las colonias de bacterias que se encuentran en los intestinos pueden variar tanto geográficamente como existir tipos de dietas y culturas de cada territorio. Cada grupo familiar, local y regional, nómada o sedentario, rural o urbano, carnívoro o vegetariano, entre tantas variables más de la religión a los gustos particulares, hereda una microbiota y alimenta las variedades bacterianas que mejor procesan los alimentos que se dan en su entorno y el individuo privilegia. 

Cuando le pregunto al doctor Sánchez qué tan variables pueden ser las microbiotas en función de factores como el nacimiento y el crecimiento dentro de una misma sociedad urbana, en un nivel más o menos homogéneo de calidad de vida, me dice “En la cesárea, por ejemplo, se pierde ese primer contacto. Pero no es una condena. A los tres años de vida la microbiota de un niño es la que tendrá prácticamente toda su vida. Ya en adelante nos toca repararla con lo poco que podemos hacer, y especialmente a través de la alimentación. Porque eso sí, si tuviste esos seis primeros años buenísimos, pero tomas cantidad de alcohol, fumas, comes mal y en particular mucha azúcar y ultraprocesados, entre otros malos hábitos, puedes tirarte la ventaja con la que arrancaste”.

Diversidad de alimentos, diversidad microbiana

Según Guillermo Sánchez, lo sano en la microbiota no consiste en que todos tengamos los mismos microorganismos adentro sino tener variedad, pues hay distintas cepas de bacterias capaces de desempeñar funciones semejantes. Es decir, que hay más de una forma de estar sano a ese nivel. “Lo importante es tener bacterias como se tienen distintos médicos en un mismo hospital: que haya un especialista para cada cosa, y así cada una te va a aportar algo diferente”, agrega el especialista. 

Tanto Sánchez como Velásquez coinciden en que tres cosas hacen un daño enorme en la diversidad de esas colonias bacterianas que quisiéramos cuidar: el azúcar, el alcohol y las harinas blancas, desde la pasta hasta el pan y el arroz. El motivo es simple: además de que producen picos de glucemia ―al origen de numerosos problemas metabólicos que puede terminar, por ejemplo, en diabetes― ninguna ofrece fibra, la principal fuente de alimento para muchas de esas bacterias. “La microbiota necesita alimentos lentos de procesar, como la fibra que se encuentra en las harinas integrales, por ejemplo, que tardan más tiempo en el intestino”, señala Sánchez. Esto incide no solo en que la persona sienta mayor saciedad, sino en que haya recursos disponibles para sostener a lo largo del tiempo la alimentación de nuestra microbiota. Y para alimentar diversidad de bacterias, comer frecuentemente diversidad de granos, frutas y verduras completas es el mejor camino. Y sin embargo no es lo único.

Hace años le surgió a Sánchez con su esposa la idea de crear un café especializado en alimentación sana, con enfoque a todo este asunto. “Vimos que no había ningún sitio que se enfocara en alimentar esas bacterias, así que decidimos montarlo. Tiene una gran coherencia con lo que hacemos y decimos”. Así nació Microbiota Café, un local en la Calle 127 con carrera 19 en Bogotá, en el que además de frutas y verduras, repostería de harina de coco y con estevia, los protagonistas son los alimentos fermentados: “kombucha, kefir, pan de masa madre, sidra de manzana, chucrut y próximamente kimchi”, agrega el especialista.

Los fermentos son alimentos vegetales, lácteos e incluso algunas carnes curadas que han sufrido transformaciones en su composición por la acción controlada de colonias de bacterias. Esto se debe a que las bacterias en la fermentación consumen los carbohidratos más simples y el azúcar, dejando solo los nutrientes más complejos disponibles para nosotros. Por eso, entre más tiempo haya pasado un alimento en fermentación, mejor es. “Cuando tú consumes fermentos con regularidad, mejoran las poblaciones de tus bacterias sanas, por todo eso que te he explicado y también porque consumes ácido láctico, entre otros productos que resultan de la fermentación y son buenísimos para mantener el ambiente ideal para la microbiota dentro de nuestro organismo”, señala Sánchez. 

Finalmente, me surge una última duda. ¿Consumiendo alimentos fermentados en distintos lugares del país o del mundo, termina uno albergando una diversidad bacteriana representativa de esa multitud de geografías y culturas? Sánchez sonríe. “Cuando las bacterias de los fermentos entran a nuestro organismo no son bien recibidas, así sus productos sean buenos para nosotros, porque la microbiota local es dominante y resiliente. Pero si consumes habitualmente un alimento fermentado de otro lugar, claro, es muy probable que esas bacterias sí peguen”.

Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Fanático de las historias contadas con calma, hondura y gracia. Escribe entrevistas, crónicas, ensayos y artículos de análisis para Bacánika y Bienestar Colsanitas. En 2022, publicó Música para aves artificiales, su primer poemario.