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Cinco discos de jazz para oír una y otra vez

De todas las músicas urbanas, quizá la más vasta y compleja sea el jazz. Por eso, a veces resulta tan difícil de entender. Cinco discos para abrir el camino.

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e trata de crear un sonido propio. Uno que no se parezca demasiado al de alguien más, pero acaso sea reconocible dentro de un estilo, aunque ojalá no del todo. Lo que necesita un músico de jazz es de alguna manera lo mismo que necesita, digamos, un escritor: esa voz distintiva, una historia que contar, tal vez una tradición. La diferencia es que el jazzista puede y debe buscar esa voz en compañía de otros —músicos— y ante la presencia de un público. La gran diferencia es que la música logra filtrarse —¡y con qué facilidad!— en esas esquinas casi inaccesibles de las emociones a las que otras artes con dificultad llegan, si llegan. Y el jazz, que tiene flexibilidad de plástico y es, de todas las músicas urbanas y modernas para mí, la más versátil, puede excavar profundo, levantar escombros de todas las esquinas y desajustarnos. O reventarnos de ganas, de deseo. Todo depende, claro, de esa voz; o de la suma potente —o no— de varias voces.

Lo que tienen en común estos discos es esa singularidad poderosa en las voces de los músicos. Para mí, ellos dijeron las cosas como nadie más las dijo, con tonos y acentos de distintos lenguajes musicales fundidos en jazz. Por haber sido grabados después de 1958 se consideran discos de jazz moderno, y son también —advierto— discos peligrosos. Puede que pasen de ser un estimulante a convertirse en una necesidad: que produzcan hambre de jazz. Creo que es un riesgo que vale la pena tomar.

Billy Evans - You must believe in spring

1. Bill Evans: You Must Believe in Spring

Warner Records, Los Ángeles, 1981.

La combinación de piano, bajo y batería —conocida como piano trio o “el corazón de la banda de jazz”— es tal vez la más expresiva en la música. La que necesita de menos para decir más. Era el formato en el que el pianista de Nueva Jersey, Bill Evans, prefería tocar y, como decía él, también “confesar sus secretos”. El primer número de este disco, “B Minor Waltz”, es un vals que Evans le compuso a Ellaine días después de que ella —una mujer a la que amó y abandonó— se aventara a las vías de un tren. El cuarto, “We Will Meet Again", está dedicado a su hermano Harry, quien también se había quitado la vida. El álbum entero me parece el retrato de ese invierno que se prolonga y nos va dejando en los huesos un frío que se resiste a salir. El efecto que produce la delicadeza sombría de Bill Evans junto a la precisión de artesano del bajista Eddie Gómez —uno de los más polifacéticos del jazz— y la sutileza sensual del baterista Eliot Zigmund puede ser atemorizante. Se trata de poner una lupa sobre la melancolía propia y llegar a ver enormes ciertos puntos que tal vez uno prefería antes ignorar. No sé si un día pueda escuchar este disco sin sentir la tentación del llanto. Ojalá que no.

Machito and His Afro-Cuban Jazz: Kenya

2. Machito and His Afro-Cuban Jazz: Kenya

Roulette Records, Nueva York, 1958.

Frank Grillo “Machito” —líder y cantante— y Mario Bauzá —saxofonista, compositor, director musical de la orquesta— son, probablemente, los dos cubanos más importantes en la historia del jazz. Antes de Machito and His Afro-Cubans (1940) la música tradicional cubana y la norteamericana eran dos mundos en convivencia perpendicular. El ángulo recto del cruce era África, claro, pero cada mundo se ensanchaba sin posibilidades de encuentro. Lo que hicieron Machito y Bauzá no fue sólo poner en armonía un mundo dentro del otro, sino crear un tercero. Un mundo como legado: el jazz afrocubano. Un legado que sería el comienzo de una tradición: el jazz latino. En Kenya, siete solistas virtuosos del jazz suman sus voces al ritmo de la percusión cubana —con bongos, congas, timbales, güiros y maracas— para lograr ese efecto único de esta orquesta: lo suyo es un espectáculo muy sofisticado de juegos pirotécnicos hecho para los oídos. Un tema que me encanta es “Tin Tin Deo”: la versión de una composición famosa que el percusionista Chano Pozo hizo para Dizzy Gillespie. Fíjate con que delicadeza esas trompetas y trombones nos van envolviendo en una nube de sensualidad que, justo cuando pareciera querer llevarnos al clímax, desaparece de nuestro cielo.

Charles Mingus: Mingus Ah Um

3. Charles Mingus: Mingus Ah Um

Columbia Records, Nueva York, 1959.

En 2009 la BBC hizo un documental en el que eligió este disco como uno de los que determinaron el rumbo del jazz desde 1959. En 2013 fue incluido en el Salón de la Fama de los Grammy y, aunque es un disco que casi todos los contrabajistas de jazz estudian, no es precisamente uno que todos los jazzistas admiran y conocen. La razón sigue siendo para mí un misterio, aunque tal vez en algo tenga que ver que en este álbum cada número expresa, de forma distinta, algo incómodo, movedizo y abstracto. El contrabajista y compositor nacido en Arizona, Charles Mingus, era un hombre al que le gustaba incomodar. Un músico furioso que con frecuencia decía lo que nadie quería escuchar y alentaba a otros músicos para que hablaran con furia. Hay bastante de eso aquí. También un tributo a Duke Ellington, un guiño amoroso a Charlie Parker, un reclamo enfadado a Orval Faubus, el alguna vez gobernador de Arkansas. Hay virtuosismo, belleza y política. Pero este disco es, además, un buen lugar para percibir el poder del contrabajo. Escucho con frecuencia a quienes dicen no entender lo que hace un bajista o para qué sirve, y si alguien les dijera que el bajo es el instrumento más importante y el bajista el único músico de la banda que no debería equivocarse, quizá quedarían en las mismas; entonces hace falta escuchar algo como esto para que quede más claro. El bajo es el fundamento del ritmo y de todo, sí. Pero en unas manos como las de Mingus también llegaba a convertirse en un elemento incendiario. El derribo que antecede a una renovación.

Weather Report: Night Passage

4. Weather Report: Night Passage

ARC/Columbia, Festival Hall, Osaka, Japón, 1980.

Jaco Pastorius tenía 25 años, ningún disco propio y una gran autoestima cuando le habló por primera vez al tecladista y compositor, Joe Zawinul: “Soy John Francis Pastorius, el mejor bajista del mundo y quiero tocar contigo”, dijo. Zawinul casi le doblaba la edad y era el líder de una agrupación que desde sus comienzos, en 1970, venía revolcándole las tripas al jazz: Weather Report pasaría a la historia como una de las primeras bandas de jazz fusión —la mejor—, y en los seis años que Jaco Pastorius hizo parte de ella (1976-1982), aparecieron sus discos más exitosos. Night Passage es uno de esos. Mi preferido porque fue grabado en vivo y los músicos están como en un trance. Lo escucho y me parece que voy en una nave espacial con una orquesta de swing a bordo. Vuelvo a preguntarme si acaso la fusión de ellos empezó por ahí, mezclando humanos con marcianos, robando y adaptando los sonidos de otras esferas. Zawinul y Pastorius se juntaron —aquí también con Wayne Shorter, el saxofonista que se define a sí mismo como un galáctico— para crear música extraterrestre. Resulta difícil contradecir la soberbia de Pastorius. O escucha, por ejemplo, ese solo largo que hace en “Port of Entry” y luego piensa, ¿no es de lo mejor y más incomparable que alguna vez te ha dicho un bajo eléctrico?

Carmen McRae: Carmen Sings Monk

5. Carmen McRae: Carmen Sings Monk

Novus, San Francisco-Nueva York, 1988.

De adolescente, Carmen McRae pensaba que Billie Holiday era una cantante impresionante, tan perfecta, que cualquiera después de ella luciría insípida. Sin embargo, se arriesgó. Holiday fue su primera influencia, aunque en su vida adulta eso sólo se sabría porque a McRae le gustaba repetirlo. Lo que les quedó en común fue la rebeldía, el alcance fulminante de sus voces, ese poder magnífico con el que logran detenerle a una el pensamiento. También de adolescente, McRae aprendió a tocar el piano tratando de imitar la elegancia y contención de Thelonious Monk. Le fascinaba su sofisticación y terminó por convertirse en una cantante sofisticada capaz de decirlo todo con profundidad y sin excesos. Poco vibrato. Palabras justas y simples. Solamente una mujer con tal sensatez y elegancia puede tomar unas composiciones insignes como las que contiene este disco —todas de Thelonious Monk—, volverlas propias, ponerles ideas y enriquecerlas. Que escuchemos a Monk —en “Listen to Monk”— nos pide ella, y lo que hace es mostrarnos cómo ella entendía y escuchaba al misterioso Monk. No aspiro a ser cantante, por suerte. Estoy convencida de que después de McRae casi cualquiera luce muy insípida.

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