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Bienestar Colsanitas

¿Dolor con enfoque de género?

Algunas características de la experiencia en torno al dolor las compartimos con personas de nuestro mismo sexo.

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El dolor es una experiencia personal, desagradable, sensorial y emocional. No está determinado solamente por la sensación física, hay más factores que intervienen e interactúan: genéticos, anatómicos, fisiológicos, hormonales, neurológicos, psicológicos y sociales.

Son esos factores los que hacen que cada persona se relacione de forma distinta con el dolor. Sin embargo, aún hace falta información sobre las diferencias existentes entre los sexos y géneros y el dolor. Por ejemplo, no se han realizado suficientes estudios sobre el dolor en personas trans.

Lo poco que sabemos se ha estudiado alrededor de quienes se identifican con el género que se les asignó al nacer, y se ha podido identificar que algunas características de la experiencia en torno al dolor las compartimos con personas de nuestro mismo sexo. Pero al mismo tiempo, la falta de información ha permitido que las ideas alrededor del dolor y los sexos estén cimentadas en estereotipos de género.

Se dice, por ejemplo, que las mujeres somos más tolerantes al dolor porque, aproximadamente, durante 40 años de nuestra vida “sufrimos” la menstruación. También porque parimos con dolor. Pero lo que nos protege o aísla del dolor extremo durante el parto no es nuestra vasta tolerancia al sufrimiento, sino las hormonas que segregamos mientras damos a luz: oxitocina, que genera percepción de ternura y cariño; dopamina, que es la hormona del placer, y endorfinas, sustancias naturales que permiten mediar el dolor.

De hecho, esas hormonas también tienen una función dependiendo del momento en que estemos durante el ciclo de la menstruación. “Cuando tenemos los niveles más altos de estrógeno, toleramos más los dolores que cuando bajan”, explica Ana Isaza, médica psiquiatra con formación en dolor y cuidado paliativo.

Por su parte, Bilena Margarita Molina, anestesióloga especialista en dolor adscrita a Colsanitas, señala que la menopausia también interviene en la sensibilidad al dolor de las mujeres, justamente porque es el momento en el que se presenta una pérdida de estrógeno.

De modo que, dice Isaza, “Sí existe una diferencia entre el dolor experimentado por mujeres y hombres, por la concentración de hormonas cuando estamos desarrollándonos; esto es, en el influjo de testosterona y estrógenos”.

Y son esos cambios hormonales los que inciden en la forma en que culturalmente se entiende que enfrentamos el dolor: los hombres no lloran y no se quejan; las mujeres tenemos permitido llorar y “nos quejamos con frecuencia”.

“Si a eso le sumamos que como es una experiencia dolorosa tiene un componente cognitivo, el patrón social va a influenciar”, dice Isaza. Por lo cual un hombre en un contexto machista se va a quejar menos que una mujer que se desenvuelve en ese mismo contexto machista. De modo que la expresión del dolor entre mujeres y hombres se modifica también por el contexto en el que se encuentran.

Pero además, como las mujeres han sido históricamente designadas a las labores de cuidado, aunque tengan permitido quejarse, se espera que sean capaces de asumir las tareas domésticas y el cuidado de niños y ancianos incluso cuando tienen dolor. Ahí comienzan los problemas.

La cronificación del dolor

Físicamente el dolor se traduce en nuestro cerebro como la respuesta a una amenaza, y para protegernos, el cuerpo se inflama y aumenta el cortisol. La amenaza puede ser real o no. Es decir, el cerebro no distingue si nos está comiendo un tigre o tenemos estrés por la entrega de un informe. En ambos casos aumenta el cortisol para evitar que el daño que ocasiona el dolor continúe.

DolorGenero CUERPOTEXTO

Las hormonas, la cultura y la sociedad llevan a que las mujeres normalicen el dolor y que por el cortisol, sea menos incapacitante para ellas. Pero la prolongada exposición a situaciones dolorosas llevan a que el dolor se cronifique.

Estudios han confirmado que el dolor crónico es dos veces más común en mujeres que en hombres, y que en ellas se presenta con mayor frecuencia, intensidad y duración. “Por eso las migrañas, la fibromialgia y la fatiga crónica son más frecuentes en mujeres”, dice Isaza.

Todo esto se traduce en una gran bola de nieve que crece sin parar: las mujeres normalizan el dolor, el dolor se cronifica pero igual deben seguir cumpliendo las labores que la sociedad les ha designado.

El cortisol sigue aumentando, afecta el sueño y si no podemos dormir bien, bajamos el umbral de dolor y se afecta la hormona de crecimiento que permite reparar los músculos y ligamentos. “Y es como si las neuronas se empezaran a desactivar”, explica Ana Isaza, “porque no se puede hacer una regulación del cortisol y eso termina haciendo una modificación en el cerebro que produce más dolor crónico o más síntomas de depresión o ansiedad”.

Y los trastornos mentales comunes, como la depresión, la ansiedad y las somatizaciones, son también dos veces más frecuentes en mujeres que en hombres.

Atención diferenciada

Como socialmente a las mujeres se nos es más permitido manifestarnos ante el dolor, somos más capaces de reconocerlo y de intentar buscar ayuda cuando lo sentimos. Vamos al médico, describimos nuestros síntomas y esperamos que, de alguna forma, nuestro padecimiento encuentre solución. Lo que encontramos muchas veces, sin embargo, es que los médicos aplican un sesgo de género en la atención: las mujeres son “quejonas”, y como los hombres no tienen socialmente permitido expresar sus padecimientos, si un hombre se queja, es porque de verdad está sufriendo.

Un estudio liderado por diversas asociaciones científicas de Estados Unidos encontró que ante un cuadro de dolor crónico las mujeres son derivadas con mucha más frecuencia a especialistas psiquiátricos, mientras que a los hombres les realizan un amplio abanico de análisis físicos antes de descartar alguna condición mental.

También, que a las mujeres se las medicaliza más, incluso cuando hasta la década de los ochenta del siglo pasado las investigaciones de fármacos para el dolor se realizaban únicamente en ratas macho. Hacen falta más estudios sobre el dolor y la salud de las mujeres, al igual que capacitación para los especialistas en perspectiva de género, pues lo que tenemos claro actualmente es que existe una brecha de género frente al dolor.

 

*Periodista de Bienestar Colsanitas. 

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